Según numerosos biólogos, la polución sonora sería la mayor amenaza que pesa sobre los océanos. Al impedir la comunicación entre los cetáceos, el guirigay marítimo creado por el hombre perturba todo el equilibrio submarino.
A principios de marzo (2009), 200 ballenas encallaban de manera inexplicable en las costas de Tasmania. Dos meses más tarde, alrededor de 55 cetáceos varaban en una playa de Ciudad del Cabo, en África del Sur. Y, cada año, en Francia, cerca de 300 ballenas y delfines encallan en el litoral.
La multiplicación de estas encalladuras, tan masivas como mortales, preocupa a los biólogos. Aunque sus mecanismos no sean completamente comprendidos, una cosa esta clara : el ruido oceánico no es ajeno a ello. Imperceptible e ignorado por el hombre, el estrépito submarino sería la polución más amenazadora para los océanos. Tráfico marítimo, plataformas petrolíferas, ejercicios militares… Todas estas actividades humanas generan un murmullo permanente que amenaza a los cetáceos y a toda la cadena alimentaria de la que dependen.
Porque los animales se comunican y navegan esencialmente por ecolocación, enviando ondas sonoras que rebotan sobre los obstáculos, como los sónars. Ahora bien, el ruido generado por el hombre tapa sus emisiones y los cetáceos ya no “oyen”. Un informe de la ONG norteamericana IFAW (International Fund for Animal Welfare) aparecido en junio de 2008, estima que el ruido emitido por los navíos en el océano Pacifico se ha duplicado cada 10 años en el curso de los últimos 40 años, especialmente en las frecuencias sonoras que utilizan las ballenas. Consecuencia : la distancia sobre la que las ballenas azules llegan a comunicar ha sido reducida ¡en un 90%!
El ruido permanente perturba el comportamiento de los mamíferos marinos y algunos abandonan zonas de reproducción y de alimentación esenciales para su supervivencia. Si los cetáceos son tan trastornados por el ruido, se debe a que su oído es extremadamente fino y a que el sonido viaja 5 veces más deprisa bajo el agua que en el aire. De ahí el impacto tan dramático de algunos ruidos industriales o militares. Bajo el agua, el ruido de los cañones de aire comprimido utilizados para las prospecciones petrolíferas es perceptible en 300.000 km2 y hace huir los peces en un radio de ¡30 km!
En cuanto a los sónars militares, ¡éstos emiten sonidos equivalentes al ruido de un avión al despegar ! Varias encalladuras masivas han tenido lugar justo después de haberse celebrado ejercicios militares submarinos. Las autopsias efectuadas en los animales varados han revelado la presencia de hemorragias a nivel cerebral, en los tímpanos e incluso en el hígado. De hecho, los sónars militares provocarían un pánico entre los cetáceos forzándoles a subir con demasiada rapidez a la superficie, sin efectuar la descompresión indispensable para evitar las hemorragias.
Además, en abril de 2009, los investigadores de Hawái mostraron que la exposición a los sónars podía causar una sordera durante cuarenta minutos entre los delfines. Lo que basta para provocar una encalladura o colisiones fatales con los navíos. Aunque sea difícil acallar esta cacofonía, la construcción de barcos más silenciosos y el establecimiento de pasillos protegidos para la migración podrían en adelante limitar los daños. Queda convencer a los políticos para hacer de esta plaga acústica una prioridad medioambiental.
Fuente: http://www.humanite-en-espanol.com/spip.php?article310
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