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LAS MIGAJAS DEL POSTRE por el Fiscal Enrique Viana

Hay quienes entienden al Derecho Ambiental como un derecho de negociación o de transacción, y por ese camino andan aquellos que preferirían llamarlo Derecho al Desarrollo Sostenible. Y hay quienes todavía creemos en un Derecho Ambiental como un Derecho de orden público, de deberes y de límites o de umbrales infranqueables, sin excepciones, por esencia no negociable, inalterable para gobernantes y gobernados por igual.
En ello reposa nada menos que la idea misma de República: que exista una res publicae, con reglas superiores, pétreas, inconmovibles, iguales para todos, no susceptibles de disposición o de ser sometidas al comercio de los hombres o a la discrecionalidad de la Administración Pública.

Hoy la res publicae ambiental se halla en peligro de extinción. La protección ambiental ha pasado a ser moneda de intercambio o una simple ventanilla de la Administración Pública, por la que, quizás, haya que cumplir algún trámite de rutina y pagar algún peaje, pero nada más. Existen institutos jurídicos (Ordenamiento Territorial, Areas Protegidas, Responsabilidad Social Empresarial, etc.) que, día a día, ganan terreno en el Derecho Ambiental. Reconozco que una mayoría de juristas se apasionan por estos neotéricos instrumentos, que se muestran y que se venden a si mismos como la panacea para alcanzar los ansiados objetivos de la protección ambiental. Sin embargo, tal apasionamiento me hace recordar a la devoción de los troyanos por aquel caballo de madera, ingenioso ardid de Ulises, por el que sucumbieron.

¿Ud. no desconfiaría de quien, con gentileza y disimulo, por un lado, nos ofrece un variado stock de maravillosos antídotos para proteger nuestro medio ambiente, cuando –demostrado está- no lo supo cuidar en sus propias comarcas, y por otro, con la contaminación y la degradación ambiental al cuello, para aligerar su carga y responsabilidad, decide trasladarlas a nuestros países del Sur? Una suerte de neo-mercantilismo, por momentos, capitalismo prebendario, por otros, socialismo de mercado, u ambos a la vez, es el resultado de una nueva tranza o alianza que es contraída entre Estados débiles y Corporaciones Multinacionales (demás está decir) poderosas.

Tales pactos, al tener al Estado como obligado principal, constituyen una novedosa y sutil modalidad de colonialismo. No se trata de aquel viejo colonialismo que los pueblos de toda América también supimos conocer. Esta vez, se trata de un colonialismo por actividad o por negocio en concreto, mediante el cual una empresa multinacional consigue para su actividad industrial una cesión de poder con una dualidad de objetivos propia de todo colonialismo: territorio y estatuto de excepción. Neocolonialismo o Colonialismo Siglo XXI. Al quedar supeditado el Poder del Estado a ese nuevo interés superior, -el de las empresas multinacionales-, la Soberanía del Estado-Nación se debilita hasta desaparecer, y con ello, también sucumbe la protección del medio ambiente.

Se verifica una situación cuasi-esquizofrénica. Se articula una privatización del poder público disfrazada de estatización o de intervencionismo. El resultado final deviene elocuente: Corporaciones Multinacionales con poder público. Un moderno Frankenstein. Contribuye a ello negativamente cierto internacionalismo que se embandera tras la frase “pensar globalmente, actuar localmente”. La misma tiene un corolario ruin: de alguna manera, parece estar invitando a “no pensar localmente”, a que no estamos capacitados para ello, o a que no es necesario hacerlo.

La ausencia de un pensamiento jurídico autóctono es demostrativa de indefensión. La consigna parece ser a la contaminación la tenemos que recibir, y sin quejas, y, encima, para aliviársela a otros que se desarrollaron a costilla de la misma. A los países de América del Sur parece que ya se les ha preadjudicado un destino, en una especie de Ordenamiento Territorial global … basurero.

Fuente: http://www.fundavida.org.ar

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